domingo, 21 de agosto de 2011

Las servilletas, al suelo, como debe ser




LA estupenda cocina en miniatura vasca, famosa en todo el mundo y de la que hace gala nuestra constelación hostelera, crece rodeada de un mullido y pringoso colchón de detritus formado por servilletas de papel, palillos y cabezas de gamba. Antes de degustar estas maravillas gastronómicas, los turistas se ven obligados a sortear ese cinturón de residuos que los parroquianos han ido salpicando por el suelo del local sin ton ni son. Es difícil explicarles que esa excelencia culinaria brille junto a tanta basura sin que los dueños del establecimiento levanten ni siquiera la ceja. Es posible, incluso, que se vean arrinconados por una garbosa camarera que desperdiga serrín los días de lluvia o se lía a escobazos levantando a su alrededor una nube de polvo.
Paradójicamente, no ocurre lo mismo en los veladores o terrazas, donde cada vez que una colilla, papel o palillo cae al suelo, una luz roja se enciende en el despacho de Azkuna y lanza contra la zona cero su comando "Pulcritud duradera" compuesto por decenas de barredoras que hacen desaparecer los desperdicios e incluso a los clientes si no se ponen a salvo. En más de una ocasión las he visto succionar a un niño que comía pipas y tiraba las cáscaras al suelo y devolverle por detrás vestido de comunión y repeinado con gomina.

Los turistas flipan con estas tascas garbigune en medio de una ciudad limpia como un quirófano y piden explicaciones. Pero no hay explicación posible.
Josetxu Rodríguez

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