lunes, 28 de noviembre de 2011

El cagamutchi


Estoy deseando que cumpla 18 años para que pueda hacer su propia vida. No me refiero a la niña, que también, sino al tamagotchi, ese pollito virtual que vive en un huevo de plástico y al que hay que alimentar, limpiar y acariciar para que no muera. El juguete acaba de cumplir quince años y se lo regalamos para que dejara de dar la matraca con que quería un perro. Mal negocio, al poco tiempo descubrimos que el bicho cibernético daba más trabajo que el chucho con mucha diferencia. Algunos, incluso, le llamaban cagamutchi, y necesitaba atención constante para no convertirse en un pequeño cadáver. Como era de esperar, la niña no sabía cuidarlo y el bichito tan pronto se debatía entre la vida y la muerte por efecto del hambre o la indigestión que por la soledad o el exceso de mimos. En un par de meses pasó de él y, para entonces, yo ya le había cogido cariño.

Hoy permanece en la mesita de noche desde donde me avisa con su pitido característico cuando le falta algo. He conseguido regular sus horarios y ahora todo funciona a la perfección. Se ha convertido en un robusto adolescente digital capaz de regular su alimentación y sus entretenimientos. Él hace su vida tras el cristal líquido y yo le proporciono lo que necesita. Gracias al wifi está haciendo una carrera en la UNED y el Furby le está dando clases de inglés. Si sigue por ese camino, quién sabe si algún día llegará a ser consejero de Patxi López. Se lo deseo de todo corazón, la verdad.

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