miércoles, 12 de diciembre de 2012

Él ya no viaja. Ni loco.



LE llamamos de todo: muermo, pueblerino, perezoso... pero le da igual. "Donde mejor estoy de vacaciones -dice- es tirado en cualquier parte, sin horarios que cumplir, colas que sufrir o itinerarios que completar. Como en casa, en ningún sitio". Además, no piensa repetir la experiencia con Ryanair porque no soporta que el billete de la maleta cueste más que el suyo y tenga más espacio que él en la nave: "No sé, me siento raro. Me da por pensar que quizá ella tenga derecho a paracaídas y yo deba adquirir uno en una subasta de urgencia mientras el avión da trompicones camino de un aterrizaje forzoso".
No hay ningún país ni cultura milenaria que le saque de su ensimismamiento local. "En mi luna de miel -explica con desgana- hice un viaje en el que pude conocer México y no me resultó especialmente atractivo porque lo encontré lleno de tópicos: los mariachis son iguales que los que salen por televisión, la comida es muy picante y los sombreros demasiado grandes. China también me decepcionó con sus omnipresentes rollitos de primavera, sus abanicos y los kimonos multicolores como los que venden en las tiendas de disfraces. En Polinesia acabé de los graznidos de los loros hasta la coronilla: mucha selva, mucho cántico maorí y tal y tal. De salvar algo, mencionaría el baile de las chicas con los cocos".
En su opinión, ya ha viajado lo suficiente y ha visto todo el mundo que tenía que ver. Luego supe por su mujer que habían estado en Port Aventura. Es un caso perdido.

Josetxu Rodríguez

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