LA frase sonó alta y clara. "Yo quiero
hacer la comunión como mis amigos Borja Mari y Jessica Lexuri". El deseo
de la niña, manifestado con los brazos en jarras delante de la
televisión, les sorprendió sin llegar a molestarles. A fin de cuentas,
ellos no eran como esos padres descendientes de la estirpe de Lenin que
dan la murga con el opio, el pueblo, el fútbol y la religión;
simplemente, flotaban en un sopicaldo agnóstico bastante cómodo y
funcional.
"Si quieres hacer la comunión, la harás, no te preocupes", le
dijo él con la voz que se usa para decir estas cosas. "¡Sí, pero de
marine!", replicó la pequeña dando un taconazo en el suelo con cierto
aire marcial. "¿De marine? Pero, ¿qué dices?" Intentaron convencerla de
que no era apropiado ir a la iglesia con un traje de camuflaje. "Al cura
le costaría encontrar la boca y podría meterte la hostia en un ojo",
argumentaron. Además, tía Luisa, que iba para monja y se quedó en
solterona, pondría el grito en el cielo. Ella replicó que si sus amigos
podían ir de marineros, ella tenía tanto derecho como el que más y
explicó que había escondido el mando de la tele...
Como suele ocurrir,
al final la convencieron -con dinero- y fue a la comunión con su vestido
blanco de organdí. "Mírala -dijo el padre- toda de blanco, con los
invitados tan elegantes, las flores y desfilando por el pasillo. Parece
una novia". "Y encima sin cargar con el novio de por vida", exclamó la
madre, siempre tan práctica.
Josetxu Rodríguez