martes, 2 de diciembre de 2014

Infierno de fumadores


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SÉ que algunos de ustedes pensarán que estoy loco, pero echo de menos aquella época perdida entre las nieblas del tabaco en la que se permitía fumar en los bares. Especialmente en las tardes lluviosas y frías de invierno. Era un placer acercarse al local, realizar una inspiración profunda, como la que ejecutan los campeones del mundo de apnea, y con el oxígeno suficiente en los pulmones alcanzar, medio a tientas, la zona de la barra más despejada. Aquella en la que el camarero podía percibir tu presencia sin emplear el tacto, método muy eficaz pero no muy bien visto por los parroquianos menos viajados. Con la consumición en la mano, te dejabas llevar por el runrún de las conversaciones y los efluvios de habanos, hebras, cigarrillos y picaduras. 
Mientras, en el infierno exterior imperaba el aire puro, el crujir de dientes y los gritos desgarradores de los chiquillos, cuyos padres se abstenían de introducirlos en la taberna ante el peligro de asfixia y las consiguientes explicaciones policiales. Un día, alguien decretó la Ley Sana y todos los fumadores fueron expulsados del paraíso al espacio exterior, donde toda incomodidad tiene su asiento. Desde ahí observamos cómo los locales se llenan de hordas de infantes hipercinéticos, que se enzarzan en concursos de alaridos y hacen carreras de motociclos por los mostradores ante la atemorizada mirada de camareros atrincherados tras las barras. Y si yo no fumo, preguntarán ustedes, ¿qué hago en la calle? ¡Coño, acabo de explicárselo!

Josetxu Rodríguez
@caducahoy.com

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