domingo, 11 de septiembre de 2016

Aquel camarero al que no le caí bien



AL camarero no le caí bien. Lo detecté enseguida gracias a mis grandes dotes de intuición, perspicacia y el somero análisis de su lenguaje corporal. Bueno, gracias a eso y a que me había llevado a empujones a una mesa junto al retrete y servido la comida fría y la cerveza caliente. Por lo que pude comprobar, consideraba que mi vestimenta no estaba en concordancia con los candelabros dorados de las mesas y mucho menos con la renta per cápita de los presentes en el local: mucho fontanero, dentista y vendedor de homeopatías varias, ya saben. Tenía razón. En realidad, yo había entrado a ese restaurante de postín persiguiendo a un Pokémon cojo, lo que no es razón para merecer ese trato. Y se lo hice saber amablemente poniéndole la zancadilla mientras transportaba una paella de langosta para doce comensales. Se puso furioso, no sé por qué, la verdad. Igual fue al ver que los trozos de langosta desaparecieron antes de llegar al suelo y una señora escondió dos cigalas en el surco de sus pechos prominentes. La cuenta fue un sablazo descomunal, pero me vengué alertando a la Policía de que había visto a un individuo con varios cuchillos de grandes dimensiones y vestido con una especie de túnica blanca en un restaurante. No les dije que estaba en la cocina. Cuando salí de allí, un rugido de sirenas se acercaba al local a toda velocidad. Ni siquiera volví la vista atrás.
Josetxu Rodríguez        @caducahoy

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