miércoles, 28 de diciembre de 2016

Un libro entre los juguetes ¡cuerpo a tierra!



  LA alarma sonó alta y clara en El Arenal, como en los bombardeos de la Guerra Civil. El peligro se localizó entre los juguetes que se recogían para aquellos niños que carecen de ellos, si es que queda alguno. En quince minutos llegaron los servicios de emergencia: ambulancias, cuerpos policiales variopintos, agentes de paisano, supervisores encubiertos de agentes de paisano y contravigilancia de supervisores, además de desactivadores de explosivos, bomberos y un electricista, por si hiciera falta. 

El origen del sobresalto se centró en un objeto cuadrangular, parecido a una caja de donettes, encontrado entre los peluches que mostraba extraños caracteres. Parece escritura árabe, dijo el electricista. Tras lo cual, se acordonó medio kilómetro cuadrado y se llamó a un experto en idiomas terroristas. Tras examinarlo a prudente distancia concluyó que se trataba de una dedicatoria escrita por un médico en un libro de poesía en euskera para niños. Se produjo una enorme conmoción. ¿Quién ha podido ser el desalmado? ¿Y si un pequeño lo hubiera cogido sin querer y lo hubiera leído, quién sabe qué efecto pernicioso podría haber provocado en su inmaduro cerebro destinado exclusivamente a consumir sin más pretensiones vitales? 
El grupo de anticontaminación de la central de Garoña se llevó el ponzoñoso objeto para depositarlo en el silo nuclear donde no pudiera hacer daño a nadie. Todos respiraron aliviados. Todavía no habían visto la factura del electricista...
Josetxu Rodríguez
 @caducahoy

viernes, 23 de diciembre de 2016

Juguetes inolvidables



MIENTRAS la fiebre de la recolección de juguetes con fines benéficos se expande por doquier, como la gripe, estas navidades se irán a la basura otros 2.000 millones de euros en regalos absurdos que no gustan a sus destinatarios. Una de las razones de este desperdicio es el Enemigo invisible, esa costumbre disparatada de regalar un pingajo a un desconocido para demostrarle que le odias con todo tu afecto. Puede ser una grapadora de gomaespuma, un paraguas ducha o un circo de piojos, todo acabará más pronto que tarde en el contenedor. 
Algo similar les ocurre a los niños, sepultados en chismes de usar y tirar cuando lo que necesitan es más tiempo y menos deberes. Todo lo contrario de lo que tuvimos la mayoría de los que leéis estas líneas: mucho tiempo y pocos cachivaches. Pocos, pero intensos, eso sí. Recuerdo el Cheminova, aquel juego de química con el que podías acabar con la fauna de un descampado a nada que te esmeraras un poco. O el pequeño taller de fundido de plomo. ¡Qué hermosas quemaduras producía! Mucho más duraderas que los vulgares tatuajes de hoy día. Se llevaba el premio la serrería eléctrica. Era nuestra preferida. Tengo amigos que para pedir tres cervezas tienen que usar los dedos que les quedan en las dos manos. Juguetes inolvidables que no se tiraban a la basura. Sobrevivimos a ellos de milagro y eso no se olvida fácilmente.
Josetxu Rodríguez  
@caducahoy

lunes, 12 de diciembre de 2016

El perfume de Cagoulinah


LA primera vez lo intenté en plan improvisación y me salió una especie de carraspeo gutural con acento gangoso. Cuando la dependienta se disculpó por no haberme entendido le contesté que solo quería champú para el pelo. Días después grabé con el móvil el anuncio de televisión para visionarlo una y otra vez hasta que la pronunciación fuera correcta. Carolina Herrera, Carorina Guerrera, Cagoguina Yerera, Cagoulinah Yererai. Y así, hasta que llegué a un nivel de perfección del que me sentí orgulloso. 
Volví a la perfumería, hice varias inspiraciones profundas para templar la faringe y, con la última, dejé salir el aire moderadamente pronunciando, en el tono, altura y timbre precisos, el nombre del perfume que deseaba comprar: Cogoulinah Yererai, por favor. ¿Cómo dice?, preguntó la dependienta con un dulce tono sudamericano. Se lo repetí varias veces, pero no hubo forma de entenderse. Le describí el anuncio, algo muy difícil de hacer, ya que la publicidad destinada a productos olfativos es más enrevesada que el cine de Fassbinder, pero me confesó que ella solo veía series y películas en Netflix. Tras lo cual, solo me quedaba la opción de emergencia: ¿Tiene alguna esencia para una mujer de mediana edad que usted y yo podamos pronunciar con normalidad? Enseguida llegamos a una solución de consenso. Salí encantado del establecimiento con mi frasco de Heno de Pravia y con la esperanza de que el día que se lo regale no me lo tire a la cabeza.
Josetxu Rodríguez 
@caducahoy

Al rincón de pensar



ALGUNOS se conforman con poco y creen que la felicidad está en que haya wifi, que la tostada no caiga del lado de la mantequilla o en que Aduriz termine un partido sin que le saquen una tarjeta o dos. Otros, como Woody Allen, la buscan en las pequeñas cosas, un pequeño yate, una pequeña mansión. Hay quien no quiere tener más de lo que tiene, sino al contrario, que le quiten cosas, por ejemplo, la hipoteca. Y para Gengis Khan, que como los de la primitiva no tenía sueños pequeños, la mayor felicidad consistía en “derrotar a tus enemigos, perseguirlos, robarles y violar a sus esposas y a sus hijas”.
 Para poner un poco de orden y responder a toda esta disparidad de criterios, la Universidad estadounidense de Harvard ha estado durante 76 años siguiendo la vida de 700 hombres, algunos del prestigioso centro y otros de los barrios pobres de Boston. “Hay muchas conclusiones de este estudio”, asegura Rober Waldinger, actual director del proyecto. “Pero la fundamental es que para mantenernos felices y saludables a lo largo de la vida necesitamos relaciones de calidad”. 
Y podría pensarse que, dado que nos pasamos el día pegados a las redes sociales y al WhatsApp, ya cumplimos el requisito, pero no es así. “La tendencia social es estar en redes sociales, pero en mi propia vida me he dado cuenta de que cuando estoy más feliz es cuando no estoy haciendo eso”. Quizá los amigos de Facebook nos estén ocultando a los reales. Iré un rato al rincón de pensar.

Josetxu Rodríguez 
@caducahoy