sábado, 25 de febrero de 2017

¿23F? Pues no me suena de nada...


EL 23 de febrero de 1981, a las 18.23 horas, estaba en una ferretería de Bilbao comprando brocas. Iba a casarme y ningún hombre puede hacerlo sin tener el ajuar bricolajero en estado de revista. En la radio del establecimiento se oía la letanía de la investidura de Calvo Sotelo. De pronto, se escucharon disparos y la voz entrecortada del locutor de la Ser explicó que un teniente coronel había subido al estrado pistola en mano.

 Se me pusieron de corbata. Como cada lunes, había quedado en el Cineclub FAS con unos amigos, pero permanecí metido en el coche pegado a la radio hasta que empezó a emitir música militar. En la calle, la gente paseaba despreocupada por los Jardines de Albia. A punto estuve de entrar en la sala, interrumpir la película y sugerir a todos que corrieran a casa a quemar papeles o al puerto a coger un barco. Pero no lo hice y dejé que disfrutaran un poco más de su ignorancia. 

Para entonces, el general Milans del Bosch había declarado el estado de excepción y los tanques empezaban a ocupar Valencia. Llamé al periódico para ofrecer mi ayuda y, de paso, enterarme de si los tanques eran de los buenos o de los malos. “No lo sabemos, pero tenemos dos policías armados en la puerta”, contestó una veterana redactora con un hilo de voz. 

Ayer, pregunté a dos jóvenes de qué les sonaba el 23-F. “Es el día que publicaron el sexto libro de Harry Potter”, respondió uno. ¡Cómo les envidio! Aunque no sé qué coño van a contar a sus nietos cuando los tengan.
Josetxu Rodríguez
@caducahoy

martes, 21 de febrero de 2017

El diputado ficus



SE lo digo como lo siento: cuando hablamos de animales, si me dan a elegir entre un perro y un diputado, me quedo con el primero sin dudar. Pensarán que estoy loco, pero tendrán que reconocer que un can es infinitamente más fiel que ese señor al que le das tu voto, le pones un despacho y una pensión privilegiada y, al día siguiente, si te he visto, no me acuerdo. En eso se parecen a los gatos, aunque los gatos son más limpios y no airean sus detritus en televisión. 
Traigo este tema a colación ahora que el Congreso intenta cambiar la legislación para que los animales no sean considerados cosas y tratados como tales en un embargo o divorcio. Será un paso más que nos acerque a Europa y nos permita llegar algún día a la meta, que ya está bien. Y de paso, aprovechar la ocasión para añadir un anexo y dejar de considerar plantas a los diputados de las últimas filas del hemiciclo, que apenas se diferencian de los ficus del pasillo en que a veces votan a toque de silbato, ya sea con las manos o con las patas, que de todo hay. Está por ver si esta acción es refleja, como la del perro de Pavlov, y la realizan dormidos. 
Mientras, en las primeras filas, los debates son a cara de perro y gana quien más ladra. Llegará el día en que alguien expondrá un argumento y será detenido por insurgente. Una idea suelta por ahí es un peligro público: puede emparejarse con una reflexión y criar una iniciativa que resuelva algo. ¡Dios no lo quiera! Si España fuera el Titanic, la mayoría aplaudiría al iceberg. Y lo saben.
Josetxu Rodríguez 
@caducahoy

lunes, 13 de febrero de 2017

Champiñón y míster Hyde


 




HASTA hace un mes desayunaba mientras echaba un vistazo a los informativos de televisión, pero, desde que aparece el presidente de Estados Unidos lo he dejado porque se cortaba la leche del café. Ahora prefiero la literatura de terror y, en especial, el subgénero de las etiquetas alimentarias. Estoy enganchado, oigan. No saben cómo disfruto cogiendo unos cuantos paquetes, botes y latas del armario de la cocina, diseminándolos por la mesa y examinando su contenido. Por ejemplo, en la crema de champiñones ves en la foto la sopera humeante, con la mano de la abuelita, que vive en el caserío y que ha recolectado los hongos uno a uno en la campa de al lado y los ha metido en el bolso del delantal de cuadros para cocinarlos, y se te hace la boca agua. Luego das la vuelta al envase y descubres con un escalofrío que está elaborada con crema de harina, almidón, glutamato, fécula de patata, sal y 1,2% de champiñón. Pasas al sobre de la pechuga de pavo y ves que solo el 40% es pavo y que el resto pueden ser plumas y se te erizan los pelos. El sumun son las cremas achocolatadas. Pronto exigirán para comprarlas que firmes un pliego de conformidad con sus efectos. Lo que en la portada es natural, artesanal, ecológico y casero, se convierte por detrás en aceite de palma, azúcar, antiaglomerante, almidón, huevina, excipientes y grasas saturadas. Dicen los chinos: “No mires lo que comes o no comerás”. Salvo que disfrutes con el doctor Jekyll y míster Hyde, claro.
@caducahoy

viernes, 10 de febrero de 2017

Explosión en una central nuclear francesa: tranquilos, la culpa la tuvo el queso




TIENE bemoles lo mal pensada que es la gente. Se enteran de la explosión en la sala de máquinas de una central nuclear en Francia y se lanzan cuerpo a tierra en El Arenal mientras se encasquetan la txapela hasta la boca. Por eso, cuando se produce este tipo de hechos sin importancia, lo mejor es informar. Y cuanto más, mejor. El incidente se debió a la explosión de la tartera de un operario amante del Époisses de Borgogne, uno de los quesos franceses más pestilentes. Llevaba tres días en el recipiente y con el calor y la fermentación comenzó a liberar electrones. Bueno, en realidad, salieron huyendo, lo que provocó un inicio de fusión termonuclear láctea de pequeño formato. Una especie de bomba atómica minimalista, vamos. Se registraron cinco heridos, pero no por la explosión, sino por el olor. Tanto es así que los franceses están estudiando si este queso podría reemplazar al uranio en el futuro. 
En su línea, el Consejo de Seguridad Nuclear español ha querido recordar que tanto nuestras centrales nucleares como las lecheras juegan en la Champions de la Liga Atómica, y que los accidentes, además de ser imposibles, son poco probables. De hecho, si ocurren, que ocurrirán, será debido a la mala suerte. Por eso llaman a la tranquilidad, ya que la contaminación radioactiva no dura cientos de miles de años como se pensaba, sino solo decenas de miles, lo que muestra un horizonte mucho más esperanzador. Además, aquí no desayunamos queso, sino torreznos. Y eso su pone un menor riesgo
Josetxu Rodríguez 
@caducahoy

viernes, 3 de febrero de 2017

Aquellas filminas... qué tortura!



EL domingo, mientras construía un refugio anti-Trump en la ganbara, me topé de bruces con el proyector de diapositivas. Qué susto, oiga. Estaba bajo medio quintal de discos de vinilo, junto a la pantalla y el puntero de luz, ese humilde precursor de la espada láser de Obi-Wan Kenobi. 
Sentí un fuerte calambre emocional y, durante unos segundos, me teletransporté a una de aquellas maratonianas sesiones en las que nos saturaban con fotos de bodas, viajes a Salamanca o colecciones de setas. Daba igual lo que proyectaran, todo era un empacho. Y así, lo que comenzó como una forma estimulante de disfrutar de las imágenes en gran formato se convirtió en una tortura que alcanzaba su clímax con la mítica frase: “Y aquí se aprecia cómo el león ataca al elefante que lleva a los seis turistas alemanes en el lomo. Lo que pasa es que solo se ve un borrón negro porque era de noche, yo estaba nervioso y olvidé quitar la tapa del objetivo”. “¡Impresionante!”, exclamábamos todos al unísono lamentando que el león no le hubiera arrancado la cámara de las manos. 
Mi hija, que me encontró ensimismado en estos pensamientos, preguntó qué era ese artilugio que sostenía en las manos. “Un sistema óptico de proyección lumínica que, conectado al home cinema, unas velas olorosas y unos tequilas, produce una estimulación audiovisual envolvente y olfativa que te hace salivar de gusto. Mucho mejor que las gafas 3D. Y está en venta”. “¡Te lo compro!”. “¡Adjudicado!”.
Josetxu Rodríguez 
@caducahoy